sábado, 30 de junio de 2007

Sorpresas te da la villa

East Village es uno de los barrios más olvidados. Reconozco que yo mismo he tardado meses en plantearme qué podría haber allí. Uno ve el plano de la zona, y las avenidas se llaman "Avenida A", "Avenida B", "Avenida C"... como en esas urbanizaciones modernas donde, por una urgencia administrativa, ponen a las calles nombres basados en temáticas florales o planetarias.

East Village esconde muchas sorpresas. Para empezar, Tompkins Square, una plaza-parque relativamente grande, rodeado de buenos restaurantes latinos. Otros muchos locales también son llamativos por su decoración exterior, realmente cuidada, algo lógico al ser éste uno de los primeros barrios de artistas de Nueva York, antes de que se abriera el cercano puente de Williamsbourg y la clase judía (y artística) estableciera el nuevo cuartel general en Brooklyn.
Las mejores sorpresas pueden venir al doblar la esquina: en East Village hay numerosos parques donde la basura cotidiana se recicla en arte. Extrañas criaturas encaramadas a las verjas, toros de paja, torres de madera con macabros peluches ahorcados o simples estatuas aisladas le dan un toque peculiar al barrio.
El más llamativo de estos jardines es el 6&B (porque está en la Calle 6 con la Avenida B; no se complican con los nombres), pero hay otros al este de Tompkins Square que nada tienen que envidiarle.
Estos jardines solamente están abiertos al público los fines de semana y, como dicen en los carteles de entrada, "cuando la verja esté abierta". East Village, como se puede comprobar, todavía tiene mentalidad de artista. Y además, es un barrio acogedor y habitable.


OLI I7O

jueves, 28 de junio de 2007

Sapore

Sin duda alguna, uno de mis lugares favoritos de Manhattan es el restaurante Sapore. Este pequeño rincón, con apenas unas diez mesas, está situado en la esquina de Greenwich Avenue con Perry Street, en pleno Greenwich Village.
Para todo aquel que quiera comer bien y barato en Nueva York, Sapore es una parada obligatoria. La variedad y calidad de los platos, principalmente de pasta, es excelente. El trato es famliar y cercano desde el primer momento en que nos sentamos, y el precio casi alcanza la categoría de simbólico. Es casi simbólico en Nueva York, y lo sería en prácticamente cualquier ciudad.


OLI I7O

martes, 26 de junio de 2007

Una vez

Cuando una película gana el Premio del Público en algún festival de cine, hay que estar atento. Y más aún si ese festival de cine es el de Sundance, cuyo público ha recorrido cientos de kilómetros hasta llegar a ese gélido pueblo de Utah, sólo para ver películas.

El último Premio del Público fue para Once, una película que, por fin, hoy he ido a ver. Es un curioso musical ambientado en Dublín, de ventanas a contraluz, patéticas sonrisas ladeadas, grano en la película, guantes sin dedos, bufandas que no abrigan, chaquetas raídas, corbatas mal puestas, ladrillos rojos, cenas con sobras del día anterior, silencios elocuentes, miradas tras los cristales, padres que fuman y paseos en pijama por la calle.

Poco quiero contar de la película, aunque no sé si se estrenará en España. Es algo más que una película romántica. Es una de esas películas que sólo se hacen una vez.

He ido a verla al Landmark Sunshine Cinema, en Houston Street, al pase de las once. Presiento que ese cine tiene las horas contadas si, como parece, la epidemia de cerrar cines que se ceba en España, tiene su igual en Estados Unidos. Es un cine donde ponen películas independientes, con un pase especial de madrugada, los viernes y los sábados, de algunas joyas que siempre apetece ver en cine, como Amelie, Regreso al Futuro, Cazafantasmas, Taxi Driver...
El cine en sí no tiene nada de especial. Escaleras de metal, baños señalizados, pilotos de luz delimitando el pasillo... Yo estaba sentado en las butacas, y pensaba en mi propia presencia en aquel rincón de Manhattan. ¿Qué diferenciaba esa presencia de cuando estaba sentado en la butaca del desaparecido Cine Luna de Madrid, hace unos años? ¿Qué distingue una presencia de otra? ¿En cuántas presencias podría llegar a desdoblarme a lo largo de mi vida? Si yo ahora tomase un avión hacia Botswana, por ejemplo, ¿podría por un instante engañarme y convencerme de que estoy en Brooklyn? Nosotros somos todas esas presencias, aunque cada una de ellas sólo se pueda vivir una vez.


OLI I7O

domingo, 24 de junio de 2007

Meatpacking District

Nueva York, a lo largo de su historia, ha sido cuajada por numerosos barrios agrupados por gremios concretos. Uno de ellos, que aún permite ver curiosos vestigios de lo que fue, es el Meatpacking District, a la orilla del río Hudson, entre las calles 34 y Gansevoort, aproximadamente. Este barrio era una enorme factoría de tratamiento de carne: si los steaks y las hamburguesas son un símbolo de identidad de Estados Unidos, el Meatpacking District ha tenido mucho que ver en eso.
Su eje es la calle Washington (foto anterior). Si caminamos hacia el norte por ella hasta la 14 (repito: para mí es el auténtico ecuador de Manhattan), veremos numerosas carnicerías al por mayor y otras muchas fábricas cerradas. El barrio, como no podía ser menos, también está sucumbiendo a los nuevos tiempos, y están surgiendo numerosos clubes nocturnos, tiendas de alta costura, galerías de arte... eso sí, con nombres del campo semántico "carne": Meet (que suena como meat), STK (por steak)...
Siempre que, en cualquier ciudad, pisamos suelo adoquinado, hay que prestar atención a lo que nos rodea. Y, pese a ser de las pocas zonas adoquinadas del bajo Manhattan, el Meatpacking District es una zona que no invita mucho al paseo, pero que destila un tufo (entre otros) a turismo en auge.

Sin embargo, el golpe de efecto de este barrio está por venir. Desde el sur, hasta la calle 34 (donde está situada Penn Station, el mayor intercambiador de trenes de Estados Unidos; y vaya si lo es), una antigua vía de tren elevada atraviesa la ciudad. Esta vía de tren elevada (a la izquierda, en la siguiente foto), llamada High Line, servía para repartir la mercancía cárnica a todo el Meatpacking. El High Line, por cierto, también pasaba por Chelsea Market.
El High Line fue concebido como algo puramente funcional: llevar mercancía de un lado para otro. Ahora que ya no es necesario ese tren, ¿qué hacer con ese High Line? Demolerlo, claro. Pero hay un detalle curioso: a los chelseítas les gusta ese High Line. Y los chelseítas son mucho chelseítas, y cuando se empeñan en algo, lo consiguen a golpe de burocracia, panfletos por la calle, editando periódicos dedicados exclusivamente a una causa...

Total, que no van a demoler el High Line. Van a construir un parque elevado a lo largo de esa vía, algo que será un poco surrealista, dado que el High Line discurre por encima de East River Park. Parque sobre parque. Así es Nueva York.

Y todo esto era para deciros que el miércoles y el jueves actúa Ojos de Brujo en el Highline Ballroom, y no podré ir.


OLI I7O

viernes, 22 de junio de 2007

¡Aloe vera en la nevera!

Estados Unidos es el país de los mil tipos de bebidas. Si me decidiera a probarlas todas, me faltaría tiempo para ello, por no hablar de que probablemente que el píloro se me quedaría garrapiñado.

La semana pasada, en mi supermercado, pude ver una extraña botella a la venta. Era una bebida de aloe vera, esa planta que durante mucho tiempo, las empresas cosméticas en España nos han hecho creer que es muy sana para la piel, aunque ahora la baba de caracol le haya ganado la partida. El caso es que, si fui capaz de comprarme un suavizante sólo por el nombre (Floral Garden Fantasy), ¿cómo no probar ese mejunje? Si el aloe es bueno para la piel, ¿cómo no iba a serlo siendo absorbido por el estómago?

Tras comprarla, la botella se quedó aletargada en el frigorífico un par de días, hasta que repentinamente me acordé de su existencia. Dejé lo que estaba haciendo, abrí el tapón, vertí un poco sobre un vaso, y llegó la primera sorpresa. Flotando, suspendidos en ese líquido amniótico, había trozos de ¿aloe?, que podéis ver si ampliáis la foto. Eran como gelatinas en miniatura, que, siendo positivos, parecía que le daba al producto un toque de rigor nutricional.

Me acerco el líquido a los labios... bebo y... vaya asco. Es un sabor indescriptible. Sabe parecido al suero fisiológico, con azúcar caducado (si es que el azúcar caduca) y la verdad es que esos cuerpos gelatinosos flotantes escabulléndose entre tus dientes para llegar a la garganta, no ayudan demasiado a las propiedades organolépticas de ese inmundo brebaje.

Si el Quijote lo hubiera conocido, perfectamente hubiera pensado que es el bálsamo de Fierabrás. Yo creo que aquello que bebí (y que vacié por el fregadero inmediatamente) era baba de caracol con azúcar caducado.


OLI I7O

miércoles, 20 de junio de 2007

Chinatown castizo

Canal Street, que cruza de lado a lado la zona sur de Manhattan, delimita varias zonas: Chinatown, TriBeCa, SoHo, y Little Italy (además de Greenwich Village y Lower East Side). Pese a que en esa calle todos los comercios sean claramente locales chinos, el Chinatown castizo, profundo, es mucho más que Canal Street. Eso sí, cualquier cosa que yo pueda contar sobre China es poco comparado con la gran cantidad de historias e información práctica que hay en Zhou Mo Hao!, en mi opinión el mejor blog sobre ese país.

Zigzagueando por el Chinatown de Manhattan, nos encontramos calles como éstas, con la sobreacumulación de carteles en chino; una estampa de película, con su bicicleta y todo:
Mirando en detalle, las tiendas venden cosas como éstas:
Por supuesto, está lejos de los escorpiones o las delicias de pollo del blog antes nombrado, pero quería llamar la atención sobre la afición a los chinos a deshidratar todo lo que encuentran. Arriba: pescado (no especifica cuál), calamares y mejillones deshidratdos. Y dentro, cualquier otra cosa que podamos imaginarnos, como pulpos, rayas o langostas deshidratados...

¿Y dónde hacen vida social los chinos de Chinatown? En Columbus Park. Alrededor de este parque, podemos encontrar oficios tales como un reparador de zapatos o una adivinadora.
Y dentro, lo mejor. Por un lado, varias mesas con exclusivamente hombres jugando a un extraño juego que desconozco (pido el comodín del público). En otras mesas, exclusivamente mujeres haciendo manualidades (deduje que estaban preparando adornos para alguna celebración):
Ya pude conocer Chinatown el primer fin de semana que llegué, el día de Año Nuevo Chino, que fue un espectáculo. Pero ya me apetecía, después de tanto tiempo, patearme calle a calle este barrio.


OLI I7O

martes, 19 de junio de 2007

Viaje del ser al parecer

(Dedicado a María de Miguel, escritora con uniforme de científica.)
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A cualquiera de los miles de salones de belleza que hay en Nueva York, una entra siendo. Tal vez no se es mucho, pero al menos, una es.

Ella, la que era antes de entrar, miró el escaparate para decidirse por un modelo de uñas. Trabajaba en un supermercado donde hacía tiempo que ya no prestaba atención ni a los clientes, ni al bote de plástico donde éstos a veces le echaban propinas. Monedas, claro.

"¿Debit or credit?", y entonces veía sus uñas tecleando la opción elegida por el cliente. Ella, la que era, la que ya no prestaba atención al bote de propinas, aún era sensible a la visión de sus propias uñas al presionar aquellas teclas cuadradas, azules y amarillas, principalmente. No importaba: crédito o débito, pero allí estaban sus uñas, siempre.

La tarde en que aún era, al terminar su jornada, cerró la caja registradora y apagó la cinta mecánica, sin preocuparse de que ya llevaba media hora girando sin arrastrar ningún artículo. Ella, en los últimos momentos en los que aún era, se encaminó hacia la boutique con paso acelerado.

Tres coreanas la recibieron. Una le dio una taza de té, otra examinó sus manos, y la otra se perdió en la trastienda, sin mucho interés. No hablaban inglés, pero a ella no le apetecía conversar. Simplemente, se sentó en el sillón, y apoyó las manos en los brazos. Dijo: "Panel 7, modelo 3", y cayó dormida.

No soñó nada. Hacía tiempo que ni siquiera soñaba con tecleos, o anulaciones, o códigos de ofertas. Nada.

La despertaron con otra taza de té frente a ella. Miro sus uñas, y en ese momento, dejó de ser.

Sonrió, pagó, dejó propina, volvió a casa y siguió durmiendo. Mañana tenía turno doble.


OLI I7O

domingo, 17 de junio de 2007

Small talk

Small talk es un término que viene a significar algo así como "conversación intrascendente para llenar el tiempo", como cuando estamos en un ascensor. Así que, mientras preparo una entrada especial (que espero publicar pronto), voy a impregnar a mi blogofrenia de uno de los temas más recurrentes del small talk: el tiempo meteorológico.

Antes de venir a Nueva York, el 14-F, la poca gente que conocía aquí me decía: "Qué suerte tienes, Oli. Llegas casi terminado el invierno". Llegó marzo, y seguía la nieve. Entró la primavera, y seguía la nieve. Todos me decían: "Bueno, verás cómo en abril ya hace un calor insoportable".

En abril, seguía el frío. Y además, la lluvia. Entonces me decían: "Bueno, es que el calor realmente empieza en mayo". Perfecto, mayo ya está aquí... y todo nublado. Ni lluvia, ni calor, ni viento. "Es que estamos en el May Grey" (término californiano para definir este tiempo raro). Está bien, entonces junio será el mes en que empiece el calor.

Llega junio, y todo sigue igual. Y me dicen: "Bueno, es que esto es el June Gloom" (equivalente a May Grey). ¿June Gloom? ¡Maldita sea! ¿Qué será lo siguiente? ¿"July Fríoesloquehay"?
Así que, bajo la promesa de volver a publicar esta imagen en otras condiciones meteorológicas, os dejo esta foto tomada el pasado martes: un lluvioso atardecer en el puente de Brooklyn, con el sol luchando por escabullirse entre las nubes para regalarme otra de esas fotos imprescindibles de Nueva York.


OLI I7O

sábado, 16 de junio de 2007

Paseando a Miss Perros

Uno, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis perros salen de la mano de este chico. Y no es que vaya a por su trineo de nieve, sino que está ejerciendo uno de los trabajos de moda en muchos barrios de Manhattan: paseador de perros (dogwalker).

Sabía de la existencia de este trabajo incluso antes de venir, y una vez aquí, he podido ver varios anuncios por palabras solicitando estos servicios. Pero aún no me había encontrado con ninguno de ellos.

Ha sido esta mañana, caminando por Greenwich Village, cuando de pronto he visto a lo lejos un chico sosteniendo un racimo de perros. "Por fin te encuentro", pienso mientras saco a Tizona de mi bolsa.


OLI I7O

jueves, 14 de junio de 2007

De improviso, jazz

En Nueva York hay mil sitios donde se puede escuchar música jazz. Desde los míticos locales como el Blue Note o el Cotton Club, hasta los anónimos locales de Harlem, la oferta es inabarcable. Nueva York es sin duda la ciudad idónea para los amantes del jazz, entre los cuales, sinceramente, yo no me encuentro.

Sin embargo, el jazz tiene un magnetismo irresistible. El pasado domingo por la mañana iba caminando cuando de pronto escuché algo que parecía música jazz. Comprobé que salía de un pequeño local que hay al final de mi calle. Entré y pude ver unos músicos tocando para tres personas. Era la fiesta de jubilación de un policía, y la gente aún no había llegado, pero ellos estaban ahí, tocando y disfrutando.

No soy seguidor de la música jazz; no sé si lo que tocaron era una improvisación o una variación de algún tema supuestamente famoso, pero esa música hizo que cambiase mi plan de la mañana porque me cautivó durante media hora.Saqué esta fotografía y continué con mi jornada. No me hice seguidor de la música jazz, pero me quedé con el ritmillo el resto de la tarde.


OLI I7O

lunes, 11 de junio de 2007

Metamorfosis (1)

Desde que llegué, hace unos cuatro meses, muchas cosas han cambiado. Ha cambiado mi quehacer de cada día, la gente con la que trato, el idioma que me rodea... tantas cosas, que algunas veces prefiero no pensarlo.

Sin embargo, hay un cambio demasiado evidente como para dejarlo pasar por alto: el aspecto de mi habitación. Cuando llegué a este piso, mi habitación era casi una zona de guerra, y aún no era capaz de ver todas sus posibilidades. Era, simplemente, una habitación grande; con eso me bastaba. La primera noche dormí metido en mi saco de dormir, con una almohada y una funda que un compañero de piso me prestó.

Esa misma mañana, el primer día que despertaba en mi nuevo hogar, me puse manos a la obra. La prioridad era hacer de ese sitio un lugar confortable, pero no iba a ser fácil. La anterior inquilina había hecho pintadas por toda la pared, y no había ni una mesa para escribir, ni lámparas, ni nada. Por no haber, no había un lugar decente donde dejar las gafas al acostarme (los que llevéis gafas sabéis que esto es vital para el bienestar de los miopes).

Trabajé duro a lo largo de varias semanas. Al cabo de un mes, la habitación parecía otra. Aquí tenéis unas fotos, antes y después, de mi habitación. Como siempre, pinchad para ampliar:

(Foto 1: aquí se ve el árbol que pintó la ex-inquilina. Creativamente era interesante, pero no me gustaba levantarme cada día con ese delirio artístico. Pinté las paredes.)

(Foto 2: Ahí están mis dos ventanas, con las persianas que puse. En el suelo se ven botes de pintura que luego utilicé para pintar la habitación. Ahora, en la repisa derecha, están mi no-menta y mi geranio.)

(Foto 3: Así era la zona del escritorio antes de pintarla. Me costó mucho encontrar esta mesa, pero en cuanto la ví en una tienda, no lo dudé. Traerla hasta casa, entre la nieve, fue otra historia.)

(Foto 4: Aquí se ve el armario destartalado, que arreglé, y la lámpara de pie, que me encontré por la calle y que le da a la habitación un ambiente muy acogedor. En el suelo había un aparato de aire acondicionado, que ahora está en el trastero y que posiblemente instale pronto.)

(Foto 5: En la esquina de la cama puse un mueble desmontable, que también me encontré y que limpié a fondo. Ahí es donde dejo las gafas y los libros que leo bajo esa luz. También había otra pintada en la pared blanca.)

(Foto 6: Para terminar, la cama, uno de mis espacios favoritos. Inmensa, cómoda y con enormes cajones por debajo. Por cierto, esos cordones que salen en casi todas las fotos, son de un ventilador que hay en el techo.)

La metamorfosis de mi habitación también simboliza mi propia metamorfosis en Nueva York. Me encanta mi habitación porque refleja el tipo de vida que estoy queriendo llevar aquí. Y ahora, con las nuevas plantas, es mucho más acogedora.

Y yo que aterricé predispuesto a vivir en una conejera... Hasta en eso, mis predicciones menos optimistas se equivocaron.


OLI I7O

domingo, 10 de junio de 2007

Wooster Street

Anteayer viernes dio la casualidad de que tenía unas horas libres. Me di un paseo de esos que generan momentos de introspección, en los que uno es más receptivo a los estímulos externos que le llegan. Y en Nueva York, la verdad es que este tipo de estímulos no faltan.

La zona elegida para pasear fue el Soho. Hasta el viernes, para mí el Soho era sólo una zona chic, de galerías de arte y tiendas realmente caras. Sin embargo, en el Soho, hay una calle especial: Wooster Street.

Wooster Street es el mayor referente grafitero del mundo. En esa calle, hay muchos estudios donde se reúnen artistas que dan rienda suelta a su catarsis creativa pintando paredes de interior (porque ese arte está perseguido por la ley, igual que en España). Wooster Street, además, da nombre al sitio web más famoso de grafiteros, Wooster Collective, que actualmente engloba varias formas de arte urbano.

No hay grafitero neoyorquino que no haya dejado cualquier marca, por pequeña que sea, en Wooster Street. Sin embargo, son muy pocas las señales visibles que atestigüen esa peculiariedad. Apenas hay un par de pintadas (que no grafitis) en dos garajes, así que no hubo manera de sacar una foto representativa.
Caminando por esa calle, de repente volví a mi mundo interior. Sin saber por qué, me detuve, y algo me hizo sacar esta otra foto, en la esquina de Wooster con Prince. No es nada del otro mundo, pero para mí, esta foto tiene algo. Creo que la libertad implícita de poder tomar (o no) esa foto, algo que hace meses me parecía ciencia ficción, me hace valorar aún más mi estancia en Nueva York.


OLI I7O

viernes, 8 de junio de 2007

¡Es la guerra!

Hace unas semanas, cuando empezó la primavera, vi una hormiga cruzando el escritorio. "Maldita sea", pensé. "Ahora que empieza el calor, me da que voy a tener que luchar contra ellas". Y la aplasté.

A los cinco minutos, otra hormiga apareció siguiendo el mismo rastro. También tuve que aplastarla, porque si no contenía a tiempo ese problema, podría ir a más. Aparecieron varias más a lo largo de la tarde, y hacía lo mismo con cada una de ellas. Una tras otra, las iba aplastando. Estaba envuelto en una espiral de violencia con las hormigas, así que era el momento de pensar en una estrategia drástica y rentable contra ellas.

Pasé esa noche pensando cómo acabar con el problema definitivamente. En la ferretería de al lado, vendían ácido bórico en polvo, ideal contra las hormigas. Sin embargo, no quería arriesgarme a guardar ácido bórico en mi habitación, porque eso, sumado al hecho de que en la esquina de mi calle hay una librería egipcia, podría ser una mala combinación en los tiempos que corren.

Pero he aquí que el destino me trajo un poderoso aliado: una araña. Estuve a punto de matarla nada más verla (por inercia con las hormigas), pero me di cuenta de que había hecho su telaraña justo en la esquina de donde salían las hormigas. A esta araña (un opilión común de jardín) la dejé vivir para que estuviese a mi servicio.
Sin embargo, el opilión podría llegar a conquistar demasiado terreno del alféizar de mi ventana, y tampoco quería eso. Necesitaba un remedio natural contra las hormigas, que eran el problema original. Me informé en internet, y averigüé que la menta es la planta más adecuada contra las hormigas.

Fue entonces cuando fui al Flower District, a fin de buscar una planta de menta. Aproveché para buscar también un geranio (para darle un toque español a mi existencia en Nueva York) y un poto, que siempre suben la autoestima, por aquello de que son las plantas más fáciles de cuidar en interior (algo que necesitaba, ya que mi experiencia pasada con el cultivo de ciertas plantas había sido un poco traumática).

En el Flower District, sólo había una tienda que tenía menta. Me la compré, pero de vuelta a casa no me parecía que aquello fuera menta. Más bien parecía hierbabuena, pero con el paso de los días, yo la estoy queriendo igual que si fuera menta, sin discriminaciones. Eso sí, según esta página, no es lo mismo si la hierbabuena es puntiaguda o no. ¿Algún experto entre vosotros me puede sacar de la duda?
No sé qué habrá sido de las hormigas, de la araña, o si la no-menta que compré acabará hecha mojitos, pero creo que he contenido el problema. Ha habido daños colaterales, pero lo importante es que aún tengo el control de mi habitación.


OLI I7O

miércoles, 6 de junio de 2007

Flower (District) Power

Cualquier persona que suba por la Sexta Avenida, al llegar a la altura de la calle 28, sentirá que algo ha cambiado. Ha cambiado el aroma de la calle, y de pronto parece que estamos en medio de una jungla. Sin embargo, ahí podemos ver el Empire State: seguimos en Nueva York. ¿Qué ha ocurrido?

Ocurre simplemente que hemos entrado en el Flower District. Es la zona de Nueva York donde la gente va a comprar plantas y flores; el último coletazo de encanto de Chelsea hasta que es engullido por el Midtown y Times Square.

En el Flower District, cientos de plantas están alineadas a lo largo de las calles, creando una sensación de armonía conforme vas caminando. Esta sensación me recordó por un segundo a la película Brazil, en la que las carreteras están acotadas a ambos lados por vallas publicitarias que ofrecen un mundo idílico, a la vez que ocultan la desolación del paisaje real.
Por supuesto, cuando uno sale del Flower District, ni muchísimo menos encontramos esa misma desolación. Encontramos una realidad aún mejor: mil calles más por las que perderse y seguir descubriendo esta gran ciudad.


OLI I7O

Joshua Suzanne

Esta mañana he conocido a Joshua Suzanne. Han bastado dos minutos hablando con ella para que mi intuición me dijera que es de esos personajes míticos de Nueva York, como lo era nuestro querido Beni en Madrid (qepd).

Joshua Suzanne es una chica que regenta una tienda de ropa de segunda mano en la calle 14 (entre la Séptima y la Octava Avenida). Siempre he dicho que la calle 14 es un "Little New York" en sí misma. Ahí puedes encontrar de todo, y cuando digo todo, me refiero a TODO. La calle 14 es el ecuador de Manhattan.
En fin, entro a la tienda de Joshua Suzanne, y nada más entrar, me pregunta:

-Mmm... ¿Acuario?
-No, Tauro.
-¡Ah! Una vez salí con una tauro. ¿Y de dónde eres?
-De España.
-¿De qué parte de España?
-Murcia, está al sureste de...
-Sé dónde está Murcia, querido. Viví en España un tiempo.

Joshua Suzanne es de esas personas a las que el planeta se le queda pequeño. Su verborrea y el brillo de sus ojos no deja indiferente a nadie. A su tienda entraron varias personas más a la vez que yo, y en apenas un minuto, todos estábamos alrededor de Joshua Suzanne escuchando sus historias.
Tras conocerla, le pedí permiso para hacer una foto a su tienda, con la intención de empezar a convertirla en una urban superstar cuando os hablara de ella. Sin embargo, al visitar su página web, me dí cuenta de que ya lo es, al menos en pequeña escala. Ahí podéis ver vídeos de cómo habla y entenderéis a qué me refiero. Joshua Suzanne es de esas personalidades magnéticas e irresistibles, que hacen aún más grande esta ciudad.


OLI I7O

lunes, 4 de junio de 2007

(Des)montando mitos (2)

Hoy me gustaría continuar la labor que empecé hace un par de meses y seguir analizando algunas de las ideas preconcebidas que yo tenía antes de venir a Nueva York. Por supuesto, añado vuestras preguntas de entonces:

  • ¿Es Nueva York tan multicultural como parece? Rotundamente sí. Aquí puedes encontrar todas las etnias concentradas. Y festivales como el Celebrate Brooklyn contribuyen a esta merecida fama. Incluso los anuncios de prensa y televisión reflejan esta diversidad étnica.
  • ¿Se parece Nueva York al que vemos en las películas de Woody Allen o las de Spike Lee? Obviamente, depende de qué película, pero yo vivo en Brooklyn, más parecido al Nueva York de Spike Lee, de diners de 24 horas, garajes con pitbulls tras sus verjas y rap atronando desde los coches. Si viviera en Greenwich Village o en Upper West Side (más cercano al Nueva York de Woody Allen), todo serían ardillas saltando de árbol en árbol, ladrillos rojos y vecinos que te saludan.
  • ¿Existe la coca-cola con sabor a vainilla? ¡Claro que sí! Ya lo comenté en otra ocasión. Y además, la semana pasada la probé y la verdad es que está rica. Pero no calma la sed.
  • ¿Existen grupos de treintañeras tipo Sexo en Nueva York? Pues no me he topado con ningún grupete así, pero estaré atento...
  • El café, ¿siempre se lleva en esos termos? Me encanta esta pregunta, porque la respuesta es más compleja que un simple . Los americanos constantemente tienen una mano ocupada en llevar una hamburguesa, un café (poca gente usa termo propio), un refresco, un bubble-tea, unas alitas de pollo... Siempre están comisqueando y bebisqueando lo que pillan.
  • ¿La gente conduce como loca o es respetuosa? Todos, incluyendo los ciclistas, conducen como auténticos psicópatas, pero saben que una indemnización les puede suponer la ruina. No sé cómo se las apañan, pero ni siquiera se rozan entre ellos.
  • ¿Son educados los neoyorquinos, o es una ciudad de almas inertes que les da igual si te desmayas en la calle? No he tenido oportunidad de comprobarlo hasta ese extremo, pero es una mezcla de ambas cosas. Uno pasa totalmente desapercibido por la calle hasta que se acerca a preguntar algo a alguien. En ese momento, casi siempre nos atenderán con una sonrisa, de la mejor manera que puedan. Eso sí, si preguntáis a un chino, probablemente os mande para Canal Street. Para ellos no existe otra calle en Nueva York.
  • ¿Qué concepción tienen los neoyorquinos de su propia ciudad? La mayoría de ellos piensa que es la mejor ciudad del mundo. Contando con ese margen de chauvinismo, los neoyorquinos son conscientes de que su ciudad es especial. Apenas ven defectos (principalmente el tráfico y el tiempo meteorológico) y hablan de ella como la ciudad de las oportunidades. Y, sinceramente, yo también creo que lo es.

OLI I7O

sábado, 2 de junio de 2007

Los niños, niños son

Hoy he ido a comer a Clement Moore Park, en la calle 22 con la Décima Avenida. Justo a las 14:30, se produce el siguiente espectáculo: una estampida de niños de un colegio cercano invade el parque a la hora del recreo.

Los niños, cuando juegan, son una buena fuente de inspiración. Ves cómo se organizan en estratos sociales. En ese parque, puedes encontrar, entre otros, a los brutotes (que juegan a una especie de béisbol simplificado), a los intrépidos (generalmente niñas, que se balancean en los columpios hasta que sólo ven el cielo), a los curiosos (que, ajenos al barullo del parque, suelen ser un grupo de dos o tres niños en la esquina que cazan lombrices, examinan plantas y comparan piedras), a los solitarios...

Pero hay algo común a todos ellos que me fascina: cuando juegan, quieren dominar los cuatro elementos. Para un niño, dominar el fuego, la tierra, el aire o el agua, implica un logro que los hace más fuertes y respetables ante los demás. Por ejemplo, ¿de dónde viene la afición de hacer castillos de arena en una playa, cuanto más altos, mejor? ¿O por qué, cuando hay una fuente de agua, siempre hay niños que intentan dirigir el chorro a otra parte? De la atracción que provoca el fuego, mejor ni hablar. Y el viento... me viene a la memoria una de las últimas escenas de Babel, en la que dos niños marroquíes juegan a desafiar el viento equilibrando su peso.

Los niños son niños en España, Estados Unidos, o Marruecos. Por eso, me gustaría romper una regla básica (y obvia) de este blog y terminar con esta foto, tomada no en Nueva York, sino en Marrakech, hace dos agostos. No es la foto que hubiera tomado hoy en Clement Moore Park, pero se le parece mucho.

OLI I7O